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¡Como ha cambiado la profesión!

ace casi más de 20 años, Emilio Cuatrecasas Figueras, presidente de Cuatrecasas Pereira Abogados prologó nuestro libro “Satisfacción del cliente y calidad de los servicios” publicado con editorial Ciss.
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“Eran las 12 de la mañana. Un timbre fuerte y agudo sonó por una sola vez, de manera corta, como con miedo a molestar, en aquel largo, semioscuro y noble piso de la calle Mallorca. El sol filtrándose por el rosetón multicolor dejaba al descubierto el polvo del ambiente. Roser, con todos los años del mundo escritos en su rostro y en aquella casa, entreabrió primero y abrió después la pesada puerta de madera crujiente. «Pase Sr. Gorina, el abogado Sr. Matías le está esperando», le dijo casi reverencialmente. El Sr. Gorina vestido con un elegante traje y chaleco gris, hecho de tela del mismo nombre, se quitó el sombrero redondeado que cubría su bien organizada cabellera blanca y se sentó en el sillón de la entrada a esperar mientras Roser, tras avisar al letrado, le daba atenta conversación.

Pasaron 15 minutos, aunque al Sr. Gorina, enzarzado con Roser en aquella conversación sobre descaros que exhibían las tiendas del Paseo de Gracia, sólo le parecieron 15 segundos, cuando apareció radiante, perfumado, con un gigantesco puro habano de La Habana recién encendido (que excepto los domingos en «Can Barça» muy pocas veces solía exhibir) y un ligero curvamiento hacia delante como consecuencia de su pronunciada estatura, el letrado Sr. Matías. Para él era la primera visita de la mañana, y probablemente la única. «Hacía mucho tiempo que no lo veía Sr. Gorina, pase, pase al despacho».

No salieron hasta bien entradas las dos del mediodía, y cuando lo hicieron fue para ir a tomar juntos una copa al Marfil y continuar la agradable charla. El día seguía maravilloso para el Sr. Gorina y su abogado Matías, aunque, probablemente, necesitarían reflexionar algún tiempo más para decidir si al contable Sr. Colomí lo hacían apoderado del negocio o si aún había tiempo para pensarlo y, en el supuesto de que lo hicieran apoderado, ¿cuáles deberían ser sus facultades? ¡Difícil dilema para ser resuelto en tan poco tiempo!

Esta podía ser una mañana cualquiera en la vida de un asentado abogado barcelonés entre los años 1920 y 1960.

Pero, ¿qué ha ocurrido desde entonces? Pues que nos hemos quedado sin tiempo. No hay tiempo para llegar a tiempo, ni para hablar del tiempo. El tren va ahora tan rápido que apenas nos deja disfrutar del paisaje. En algunas de las tarjetas de los abogados ingleses y en muchas de los americanos ya figura junto al teléfono de la oficina, el número particular «avaible all time».

Parece que así debe ser, competencia por encima de todo y de todos. Siempre me sobrecoge aquella definición que hace el profesor Vicent Chuliá cuando dice que competir es el derecho que tiene uno a causar daño a su vecino arrebatándole toda su clientela hasta producirle incluso la ruina. Es ahora este daño legítimo, protegido por el Derecho de la competencia, el nuevo credo del liberalismo.

Somos ingenuos si pensamos que el tiempo de Matías volverá.

Las tesis inspiradas en el «american dream» son ahora las que, de forma imparable, se desperezan y con renacida fuerza impulsan el liberalismo económico con éxito y entusiasmo sorprendente (al menos para algunos). Cada uno se sirve de su propia fuerza, inteligencia o

capacidad para realizar su proyecto, partiendo, al menos teóricamente, con las mismas oportunidades, y es el mercado quién libremente decide quién es el mejor, quién debe o puede continuar y quién no.

La norma jurídica y los tribunales están allí como árbitros de la contienda para asegurar que haya batalla y que los golpes sean los permitidos por el reglamento de la federación. No es lícito el «tongo»: hacer ver que los contendientes se pegan cuando su intención es la de sobrevivir sin hematomas (los «cartels»), como tampoco lo es despojarse de la toalla, los calzones y hasta los cordones de las bambas para acabar con el contrincante («el dumping»), ni aliarse con otro púgil, salvo si es menudo, provinciano, y acaricia más que pega («los transnational mergers»). Estas son las reglas, fuera de ellas, hay que dar cuanto más mejor, si no lo haces te «dan», te apean del tren hasta tumbarte, y una vez medio muerto –eso sí– te dan oxígeno y el gota a gota durante 18 meses (subsidio) para que te recuperes y vuelvas a la carga con más motivación.

En este marco de valores y de oportunidades sociales, nuevo para nosotros, habremos de saber cambiar muchos hábitos e inclinaciones personales si queremos tener éxito. La tendencia natural que tenemos de culpar de nuestros fracasos y frustraciones al desatino de los políticos, a la torpeza de los colaboradores o a la posición de dominio alcanzada por un influyente competidor, no nos va a servir de nada. Necesariamente habremos de beber nuestra dosis de disciplina, de solidaridad y de autoconfianza y saber formarnos y formar en un entorno menos protegido, menos dependiente del de «arriba», más fundamentado en nuestra propia capacidad de analizarnos y superarnos. Proteger es debilitar.

Somos ingenuos si pensamos que el tiempo de Matías volverá.

Los abogados ya no somos una casta sin un cuerpo ajeno al medio. Los abogados estamos inmersos en los cambios sociales igual que cualquier otra industria o comercio; nuestro entorno y las reglas para sobrevivir en él son también las del liberalismo y nuestro mercado cautivo, doméstico, afín y familiar, se está desmoronando al mismo ritmo que los demás se funden. El cliente se ha vuelto exigente, como lo es cuando compra cualquier otro producto, ha perdido la confianza reverencial con la que solía dirigirse al letrado y que es a la vez la razón por la que no se atrevía a pedirle cuentas sobre sus actuaciones. Ahora el letrado es visto por la sociedad como un ciudadano común, quizás más hablador pero común.

En su día, los hábitos de compra de productos alimentarios y domésticos de los ciudadanos variaron, porque su modo y medio de vida también lo hicieron, y nacieron y se consolidaron las grandes superficies, los grandes centros de distribución. Sólo unos pocos empresarios españoles de la distribución supieron reaccionar a tiempo mientras los demás protestaban, protestaban y protestaban…

También las necesidades de asesoramiento jurídico de las empresas españolas evolucionan, en la línea que lo han hecho las exigencias de las empresas extranjeras. Más del 20% de los abogados americanos ejercen en despachos colectivos de más de 25 profesionales y según reportan las publicaciones especializadas (ALMAN & WEILL) este grupo tiende a crecer frente a una paulatina pero evidente disminución de la práctica individual.

Las empresas extranjeras, comenzando por las de origen o comando anglosajón (hoy extendido a holandesas, francesas, alemanas o suecas), quieren que el despacho que les atienda pueda suministrarles un asesoramiento integral fuertemente especializado, con suficientes medios técnicos y humanos para intervenir en cualquier transacción y capaz de actuar con rapidez y eficacia tanto en asuntos nacionales como internacionales.

La implantación de las primeras multinacionales en nuestro país condujo a la creación y promoción de dos despachos jurídicos pioneros en España de la organización legal colectiva, J&A Garrigues en Madrid y Bufete Bertrán y Musitú en Barcelona. Ambos son un claro y buen ejemplo del principio de adaptación y es justo rendirles tributo por ello. Supieron seguir las aspiraciones de servicios de sus clientes y dejaron que éstas determinaran la evolución y organización de su despacho de abogados.

Ahora son las empresas españolas las que, en su decidido camino hacia la modernidad y internacionalización, comienzan a sentir la necesidad de acudir a un asesoramiento jurídico de más amplio expectro.

Ante esta nueva tendencia los abogados españoles (pues los extranjeros ya lo han hecho) debemos reaccionar, como en su día lo hicieron aquellos pioneros. Los despachos jurídicos debemos responder al reto de nuestros clientes adaptándonos a sus necesidades y coadyuvando a su evolución; buscando ser capaces de prestar un asesoramiento moderno, útil y responsable.

Será indispensable establecer lazos de cooperación profesional con otros despachos nacionales y extranjeros para enriquecer los conocimientos jurídicos y ampliar la capacidad de acción en beneficio de los clientes y de toda la profesión. Cuando antes vea ésta fundir sus conocimientos con los demás colegas extranjeros, antes verá consolidada una práctica nacional sólida, autóctona y de prestigio.

No dejemos perder el gobierno de otro sector de nuestra economía por ser incapaces de tomar decisiones; que para consolidar la práctica de nuestros despachos colectivos no sea necesario rasgarse todas las vestiduras, ni perder el tiempo tratando de resucitar con nostalgia los tiempos del abogado Matías; seamos capaces de confiar en los demás, pensemos que la labor del equipo puede ser necesaria para afrontar los retos del mercado moderno y competitivo y no es incompatible con la coexistencia de una práctica individual rigurosa y capaz; y de una vez por todas tengamos la valentía de decir que este país no es diferente, ni en lo bueno ni en lo malo, y que por eso conserva intactas sus facultades de ser, competir y de ganar a pesar de que….

¡Los tiempos de Matías eran mejores!

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