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El momento que nos ha tocado vivir se caracteriza porque todo se somete a un proceso constante de transformación y de evaluación. Los despachos deben buscar una mejora continua, tanto en sus tecnologías, como en todos sus procedimientos de gestión y, sobre todo, en el ámbito de sus profesionales.

Sin lugar a dudas, la asesoría que quiera mantenerse en el mercado con un nivel razonable de calidad de sus servicios ha de saber adaptarse al dinamismo general que le rodea. Sus empleados y profesionales deben estar al día de todos los cambios que se producen en su entorno, tanto jurídicos como empresariales en general. Para ello, es imprescindible que la firma tenga definida algún tipo de política de formación.

La política de formación en los despachos profesionales y su rentabilidad

Las acciones formativas deben estar integradas en la planificación de la estrategia general de la firma. Desde este punto de vista, la formación deja de ser un gasto para convertirse en una inversión. Sin lugar a dudas, de nada sirve introducir equipos sofisticados en un despacho, nuevos estilos de dirección o procedimientos y procesos optimizados y basados en inteligencia artificial (IA) sin contar con personas preparadas para trabajar con los nuevos métodos. Por tanto, la formación es necesaria para optimizar los recursos humanos de una asesoría.

El ciclo de la formación y sus fases

El ciclo de formación se compone de los siguientes momentos: detección de las necesidades, diseño de la formación, impartición y evaluación de la misma. A continuación, desarrollaremos cada uno de estos momentos.

Detección de las necesidades

La detección de necesidades es un momento importante porque de esta etapa dependerá, en gran medida, el éxito del plan. Su objetivo es detectar las diferencias entre lo que se hace en un puesto y lo que debería hacerse desde el punto de vista de los conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para resolver las carencias detectadas.

Son muchas las técnicas que se utilizan: cuestionarios, observación, entrevistas, etc. Todas ellas sirven no sólo para tener información de los puestos y de sus ocupantes, sino de toda la organización. Dentro de este apartado encontramos los siguientes aspectos:

Inventario de necesidades formativas y diseño de la formación

A partir de las informaciones que acabamos de relacionar, se debe elaborarse un inventario de necesidades de formación.

Atendiendo a las necesidades de la organización se procederá, a continuación, al diseño de las acciones formativas. Lógicamente, es necesario conocer las capacidades de los participantes de un curso antes de que comiencen a formarse, para adecuar el diseño de la formación a su nivel y ritmo de aprendizaje. Además, deben contemplarse los siguientes aspectos:

Impartición y valoración de acciones formativas

En lo referente a la impartición, evidentemente, el perfil profesional del profesor es muy importante.

Cuando la formación se integra en la estrategia de la firma y es considerada como inversión más que como gasto, la medición de sus resultados recibe el nombre de valoración en lugar de evaluación. Se calcula su valor para la firma en términos monetarios.

Por lo general esta valoración se limita a un cuestionario de satisfacción al finalizar el curso, olvidando que una buena acción formativa tiene que obedecer a un estudio en el puesto de trabajo, así como a criterios cuantificables incluso monetariamente. Es decir, se suele hacer una valoración parcial centrada en el individuo más que en los beneficios que reporta a la organización.

Una evaluación centrada en el individuo puede poner de relieve, entre otras cosas, el efecto motivador de la formación. Sin embargo, la satisfacción de los participantes no es una garantía de la efectividad de un curso, por ejemplo.

Así, para una valoración integral de las acciones formativas deberían tenerse en cuenta los siguientes aspectos:

La respuesta a estas preguntas nos permita sacar conclusiones y rentabilizar nuestra inversión.